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La leyenda de la almohada

Cuenta la leyenda que, hace cientos de años, allá por la era pre-industrial, los adultos dormían como bebés.

No existían los horarios de oficina. Ni los despertadores.

Las personas despertaban con la luz del sol y se iban a la cama cuando anochecía.

Eran conscientes de todo lo que les sucedía cada día porque lo consultaban con la almohada cada noche.

De repente llegaron las máquinas. Parecía un invento de los ángeles.

Reducían el esfuerzo humano y los tiempos de producción.

Aparecieron las grandes industrias y con ella una gran revolución.

Llegaban nuevos conceptos como rentabilidad y turnos de trabajo.

Durante decenas e incluso cientos de años, todo parecía idílico.

Menos esfuerzo humano, más producción y rentabilidad para las empresas. Días de descanso y vacaciones…

¿Quién no quiere eso?

Y, sin siquiera darnos cuenta, llega una nueva revolución. La era digital.

Resulta que la leyenda tenía una segunda página. Una vuelta de hoja.

Los ordenadores e internet permitían volver a multiplicar la fuerza de trabajo.

Pero también permitían trabajar desde casa.

Lo que multiplicó la necesidad de las empresas para avanzar más rápido. Y con ello el estrés de los humanos.

No estábamos preparados aún para saber decidir cuándo parar de trabajar.

Y sin adaptarnos a esta diabólica condición.

Casi a traición... Llegó el teléfono móvil.

De un día para otro, estábamos conectados al mundo incluso en la cama.

El ser humano se fue olvidando de cuidar de su sueño, su descanso.

Lo único que le permite estar preparado para dar lo mejor de sí al día siguiente. Su gasolina.

Y disfrutar de cada nuevo amanecer con toda la energía.

Dejamos de consultar nuestras decisiones importantes con la almohada para vivir en automático.

Esa almohada que ha sido quien nos ha acompañado durante los cambios más importantes del humano.

Inamovible. Leal.

Esperando a que volviéramos a hablar y consultar con ella cada noche como antes.

Que volviéramos a ser conscientes de nuestro día a día.

A disfrutar, no solo de los momentos compartidos con otros, sino también de momentos con nosotros mismos.

Conscientes, descansados y enérgicos de nuevo.

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